domingo, 29 de julio de 2012

Día veinte.

Decidí volver.
Dos años en Finlandia me habían sabido a mucho extrañando a todos mis seres queridos, si es que algunos de ellos permanecían aún con vida.
El paso del tiempo habían hecho grandes estragos en mi, y mis juegos con la magia negra me habían devuelto el aspecto de muchacha de diecisiete años que había perdido.
Me preguntaba qué había sido de Ville, necesitaba encontrarlo y había comenzado una pequeña batalla con mi propio subconsciente ante una guerrilla que debía ganar sí o sí, reencontrarme con él, aunque los antiguos y arduos deseos que antes ambos teníamos fueran solo por mi parte.


Tras paseos por la ciudad me enteré de una amiga de la infancia, Eileen, y junto a ella su hermana Wendy. Ambas no querían saber nada la una de la otra, ¿mi razón para ser intermediaria de aquella unión?
Posiblemente mi propia experiencia vivida, el dolor que causaba el ver a todos unidos en familia, en fiestas tan cotidianas como la Navidad, o la alegría de las vacaciones.


Esa misma noche, me emperifollé para una actuación en un andrajoso local, el local que vio nacer mi madera de artista, el local que compartió conmigo tantos momentos. Cuando me dispuse a salir a la calle terminé por colocarme las ligas y a medida que mis botas de aviador resonaban por las callejuelas mi corazón latía con mayor rapidez, la razón de ello era todo cuanto me rondaba por la cabeza; decaí de nuevo en las drogas, en aquella anorexia que me mantenía viva a pesar de haber pasado por diversos hospitales y sobre todo, decaí en cuanto estado anímico.


Sin más, un grupo de jóvenes me pararon en mitad de la calle y comenzaron a aprovecharse de mi, introducían su mano sin verguenza alguna bajo mi vestido y me aferraban contra la pared, no había modo de salir de ahí.


- ¡Malditos hijos de puta! ¡Soltadme y dejad que os reviente la puta boca! -


A partir de ahí, todo sucedió realmente rápido, un hilo de sangre caía por mi labio inferior, una mano aferraba mi brazo y me sacaba de ahí, y todo debido a un muchacho de cuerpo fornido, aunque ello apenas me atrajo la atención. Sus dedos pasearon por mi labio y detuvieron aquella sangre que emanaba del labio, algo dolorido e hinchado, era como si nunca antes me hubiera ocurrido nada.


- ¿Estás bien, rubia? - Preguntó, clavando su mirada color café en la mía.


Mi orgullo, podía conmigo, como siempre había hecho.


- No necesitaba ayuda, yo misma podía haberlo hecho por mi 


- Me llamo William, puedes llamarme Will, o Liam, ya como quieras, encantado de ser tu superhéroe.


¿Cómo que mi superhéroe? Aquello posiblemente dañaba a mi orgullo, a mi forma de ser. Alcé una ceja y ladeé ligeramente la cabeza, hablando con voz ligeramente carrasposa, debido al tabaco.


- No te debo nada por haberme ayudado, soy Anne, y no tengo apodos.


Entonces comencé a caminar con prisa, llegaba tarde a la actuación, quizás estuviesen esperándome todos ya, y ese era el mayor palo de todos los que podía haber tenido, y sin haberme dado cuenta hasta el momento el que William me paró, el tiempo se había detenido, la calle estaba silenciosa y todo lo que contenía inmóvil.


- ¿Qué narices ha pasado aquí, qué eres William?


Éste se carcajeó, y tomó una postura un tanto extraña, chulesca por así decirlo.


- ¿Todavía tengo que explicártelo? Soy mago blanco.


- Oh, mago blanco, ya has perdido todo el encanto que contenías.


- ¿Y quién ha dicho que mi encanto sólo se deba a eso, eh? Tengo muchos encantos, Anne.


- Puede, pero ninguno de ellos me ha resaltado a la vista por lo que para mi no, no los tienes.

- Debes ser la única que no babea por mi físico, ni por mi barba, ni por mi torso, aunque claro, ese aún no lo has visto.


Debes ser la única que no babea por mi físico, ni por mi barba, ni por torso, aunque claro, ese aún no lo has visto. 


Tras unos minutos más de charla, todo volvió a la normalidad. Invité a éste a mi actuación, y aceptando, llegamos a aquél lugar. Antes de comenzar a tocar hice mis ejercicios vocales y con ello, los de relajación, nunca estaba preparada para nada. Entre mis manos, sostenía una pequeña campanilla, un símbolo que nadie entendería, pero que jugaría un gran e importante papel para mi, en mi día a día.
La música comenzó a fluir por el local, mis miradas se encontraron con las de aquél misterioso muchacho que había tomado asiento en primera fila, con una botella de tequila sobre la mesa, aquél chico que había detenido el tiempo con un simple chasquido de dedos, mi superhéroe, algo que debía reconocer, pero que jamás lo haría.


No hay comentarios:

Publicar un comentario